jueves, 8 de diciembre de 2016

2001 - ¡QUE SE VAYAN TODOS! - 2016

A quince años de aquel caluroso diciembre gritamos «¡que se vayan todos!». Porque es tan necesario como ayer, porque queremos mantener viva la memoria insurrecta.

Los años previos al 2001 fueron de una creciente agitación social, fundamentalmente a raíz del intenso ajuste vivido durante los años 90 que hundió a miles de personas en la miseria y la enfermedad. Explotación salvaje, precarización laboral y desempleo fueron elementos claves, dentro de una reestructuración capitalista a escala mundial, para entender los efectos dramáticos que la enorme concentración de riqueza por parte de la burguesía tuvo en la zona noreste y noroeste de Argentina, así como en las grandes conurbaciones como Córdoba, Rosario, Buenos Aires, y pueblos de la Patagonia.

Frente a esta situación, cientos de oprimidos cortaron rutas y realizaron alzamientos populares denominados “puebladas”, con cada vez más frecuencia, al punto que para diciembre de 2001 habían, al menos, cinco piquetes por día. Los métodos de lucha excedieron a las tradicionales organizaciones sindicales y de desocupados, traduciéndose los reclamos puntuales en expresión de las necesidades generales de los oprimidos.

También la represión fue creciente. A lo largo de la década distintas personas fueron asesinadas mientras protestaban, así, por ejemplo, oímos por primera vez los nombres Víctor Choque y Teresa Rodríguez, a la vez que aprendíamos de la ferocidad de la Gendarmería Nacional Argentina. Durante las jornadas de diciembre de 2001 esta violencia estatal se agudizó: asesinaron a treinta personas y encarcelaron a más de cuatro mil, dejando además una gran cantidad de heridos.

En aquellos días no perdimos el tiempo en buscar respuestas que ni el gobierno de La Alianza ni algún otro podría haber dado: pasamos a los saqueos, que, a diferencia de las medidas impulsadas por punteros y sindicalistas, no podían ser controlados ni previstos, ni daban lugar a negociación alguna. Por esta razón, el gobierno declaró un Estado de Sitio que fue desafiado en gran parte del territorio. Sin esperanzas en los gobernantes se clamó «que se vayan todos», y la represión ideológica a esa consigna y sus consecuencias prácticas duraron años, en los que todos los partidos políticos se unieron para volver a hacernos confiar en las instituciones del agraviado Estado.

Luego de hacer temblar de miedo a los burgueses, de que un presidente deba huir en helicóptero y ser reemplazado por otros cinco mandatarios en menos de veinte días y de que las personas rompan con sus roles intentando tomar las riendas de sus vidas, se volvió urgente y necesario para la clase dominante encauzar las cosas en la normalidad capitalista: relegitimar su poder de clase, restaurar la confianza en las instituciones burguesas, responder a las demandas populares que se pudieran canalizar en el sistema, dándole prioridad a la represión selectiva de los proletarios más rebeldes.

«Desde una perspectiva de lucha que oriente sus fuerzas a acabar con los problemas de raíz, resulta muy preocupante cómo en cada una de las últimas elecciones aumenta la participación de explotados en escoger a sus verdugos. De la apatía y el “voto bronca” en 2001, hoy nos encontramos en una circunstancia en la que cada ciudadano siente una profunda responsabilidad ante la urna. Votar no sería ya una obligación impuesta por el Estado sino un profundo deber cívico y ético, una responsabilidad individual que cambiaría drásticamente el rumbo de nuestras vidas.» (Gane quien gane, La Oveja Negra nro.33)

De lo dicho se desprende que la situación social ha cambiado. Estos últimos quince años la movilización social ha sido reprimida o asimilada e institucionalizada, en fin, democratizada. Los sindicalistas y punteros políticos de ayer siguen coherentes a su gimnasia contrarrevolucionaria, devenidos en políticos de poca monta y negociadores profesionales de la vida ajena, hace algunos días acordaron por escrito con el actual gobierno «que se abstendrán de cualquier situación conflictiva, cualquiera sea su naturaleza» hasta el 2019.

Más allá de lo que firmen algunos burócratas en tiempos de un duro ajuste, es claro que en términos sociales de movilización y lucha hemos perdido el hilo de combatividad en las calles, mientras veíamos cómo llenaban las ciudades de cámaras de seguridad y sancionaban la Ley Antiterrorista. Nunca dejaron de matarnos ni de explotarnos. Permitimos que nos fragmenten la capacidad de pensar y actuar fuera del chaleco de fuerza del Estado, al menos socialmente, parece imposible. Un estallido social en las actuales condiciones tendría características muy diferentes, lo entendemos, pero en esta actitud en apariencia pasiva se encuentra también latente la rabia y el dolor que nos impulsó a tomar medidas radicales en otro momento, por eso hoy seguimos buscando la reflexión colectiva e impulsando la lucha.

Del 2001 algunos insisten en recordar las “políticas neoliberales”, la pobreza y la desesperación. Olvidan, ocultan o desfiguran la protesta masiva, la desobediencia colectiva, la autoorganización, los ataques al Estado y su policía, a la propiedad privada. Esquivan que quienes se involucraron en la lucha social ya no eran los mismos que el día anterior; que algunos, en las mismas asambleas, ya no querían reemplazar al Estado, sino ir más lejos. Aquí tampoco queremos olvidar que muchos de los que participaron en aquellas protestas tampoco son ya los mismos, demostrando cómo los seres humanos somos transformados por los sucesos. De qué manera una persona relativamente obediente al poco tiempo puede verse involucrada en la autodefensa de su barrio, creando y destruyendo colectivamente, y cómo luego puede volver a esa relativa obediencia.

Insistimos en que lo importante es dejar de vivir como antes. Cuando un grupo de personas que no tienen costumbre de reunirse se juntan para debatir, organizar y conocerse, en lugares que no están designados para ello, se da una importante ruptura con la cotidianidad capitalista. Nada importante y beneficioso para nuestra humanidad sucede mientras nos quedamos en el lugar que nos fija la sociedad y respetamos las separaciones sociológicas, familiares e identitarias.

Esta primera ruptura puede ser una válvula de escape o una inversión ritual (los esclavos jugando a ser los amos un ratito) antes de volver a la normalidad. Pero puede sentar las bases para avanzar en la lucha revolucionaria. Ir más allá requiere algo más que reunirse y actuar juntos. Requiere superar lo que se ha creado, saberse capaces, ser conscientes de la propia fuerza.

Las personas explotadas no tenemos que administrar o gestionar esta sociedad que nos lanza al desahucio, el hambre, la necesidad, la tristeza, y también a la lucha. Tenemos que transformarnos a nosotros mismos y transformar la sociedad. Si en este artículo relacionamos un estallido social como el del 2001 con la necesidad de revolución, no es por una especulación abstracta o un aprovechamiento político. No estamos tirando agua para “nuestro molino”, porque no tenemos ningún molino. No tenemos necesidades propias que se distingan de las necesidades de nuestra clase. La lucha por lo que necesitamos es la lucha contra quienes nos lo niegan.

HABLANDO LAS PAREDES: «...»

Los inconformes hacen hablar a las paredes para reflexionar, para agitar, para sorprender al transeúnte distraído. Nosotros queremos hablar con las paredes para profundizar lo que gritan. Sin embargo, en las últimas semanas muchas de ellas han sido blanqueadas, hidrolavadas, tapando o removiendo mucho de lo que había quedado plasmado luego de pasado el Encuentro Nacional de Mujeres. Estas paredes vacías también expresan algo: un silencio. Silencio que, dicen, le costó al municipio unos 900 mil pesos.

Mucho se opinó sobre las pintadas que cubrieron gran parte del mobiliario del centro y macrocentro. «La marcha del domingo pasado dejó 300 inmuebles dañados», publicaban los empleados del diario La Capital, que hicieron una campaña feroz contra muchas de las expresiones de las participantes del ENM. Por otro lado, y en oposición a toda esa propaganda reaccionaria, algunos simpatizantes con las pintadas en general querían argumentar que las pintadas, todas, eran defendibles. Muchas personas se indignaron de que los buenos ciudadanos se molestaron más por las paredes “dañadas” que por los femicidios. Es para indignarse y llenarse de odio cómo la normalidad cotidiana hace que muchas personas se molesten más por las cosas que por sus semejantes, o incluso que le molesten ambas cuestiones. Pero más indignante es que puedan compararse una pared y un ser humano en tanto que propiedades, eso es lo que tenemos que discutir.

Ahora bien, otra cosa es suponer que con más pintadas se estaría combatiendo más a los femicidios, cuando encima, en realidad, la mayoría de las pintadas no hicieron referencia al tema, sino que tenían más bien la necesidad de provocar, o la menos interesante intención de publicitar diversas identidades sin más motivo.

«Queremos que los vecinos vuelvan a disfrutar de la ciudad como corresponde» decía Luciano Marelli, director de Higiene Urbana de la Municipalidad. Es decir, una ciudad sin interrogantes, sin provocaciones, sin debate. Unas calles donde no recordemos que policía y trata están íntimamente relacionadas, que el piropo es acoso, que la despenalización del aborto es una necesidad, que la heteronormatividad no es natural. «Como corresponde» para transitar la ciudad, para ir de casa al trabajo, al ocio programado, de un punto a otro sin rechistar.

EE.UU: NUEVO PRESIDENTE

Barack Obama se retira de la presidencia de los Estados Unidos con un récord de inmigrantes deportados. Aunque no lo haya declarado de manera ofensiva y hasta ridícula en su campaña. Su gobierno lleva 2,8 millones de deportaciones según los datos del Departamento de Seguridad Nacional. En comparación, en los mismos años de mandato, el gobierno del republicano George W. Bush deportó a 2,01 millones de personas. Ningún presidente expulsó a más personas que Obama en la historia de EE.UU., y por esto los manifestantes latinos en aquel país llevan carteles con su foto y la inscripción Deporter in Chief («Deportador en Jefe»).

Bill Clinton, esposo de la candidata que perdió las elecciones frente a Donald Trump, en sus dos períodos de presidencia efectuó importantes restricciones migratorias y levantó muros en la frontera con México. El primero, en California en 1993 como parte de la llamada Operación Guardián. Otro se construyó cuatro años después en Texas. La construcción de los muros en los dos extremos de la frontera no detuvo el flujo de migrantes, solo los obligó a cruzar a través del desierto, o peor aún, por el hipercontaminado Río Grande, en cuyas aguas ni los gendarmes quieren mojar sus pies. Esta estrategia provocó la muerte de más de cinco mil personas entre el 95 y el 2000. Trump va más lejos en sus promesas: quiere cobrarle al Estado mexicano el costo de más muros y la amenaza parece asustar más que los muros ya construidos.

Nota aparte es que la constructora mexicana Cementos Chihuahua, se ofreció para levantar el muro prometido por Donald Trump. Y no lo señalamos como curiosidad sino para dejar en evidencia que se trata de dinero y no de naciones buenas o malas.

En el fervor latinoamericanista que despertó la victoria de Trump se olvida el papel que juega el Estado mexicano en el drama de la migración. Una buena parte de los ilegales no son mexicanos, son en su mayoría centroamericanos, guatemaltecos y salvadoreños. Y, antes de vérselas con la U. S. Border Patrol en los desiertos de California o Texas, tienen que sortear los abusos y golpizas de los federales mexicanos al cruzar el rio Suchiate; con los “tijuaneros”, esos autobuses precarios que les cobran cifras elevadísimas para llevarlos hasta la frontera; o subirse de polizones a La Bestia, el tren que atraviesa todo México, al final de cuyo recorrido, si es que llegan con vida, tal vez puedan pisar los Estados Unidos. En el 2015 México deportó 118.000 personas entre guatemaltecos, salvadoreños y hondureños, superando a EE.UU. en esas nacionalidades.

Para progresistas–opinólogos todos estos hechos no interesan... el único malo de la película es Trump. Y esa película ya la vimos: la de “votar con la nariz tapada” y la del “mal menor”, que, a fin de cuentas, es solo un mal distinto. Pero eso no cuenta en la sociedad del discurso. Aquí una arenga sobre construir un muro es más importante que un muro ya existente. Opinar lo que se supone es políticamente correcto opinar, es más importante que los migrantes que se juegan la vida para pasar la frontera. Así el discurso sobre los inmigrantes se vuelva más importante que los inmigrantes mismos.

Sin embargo, que todos estos sean o hayan sido presidentes de EE.UU. y, por tanto, enemigos abiertos de todos los explotados del planeta, no significa que sean lo mismo. Cada ejército tiene sus tácticas, así como cada partido político su forma de gestionar la miseria y la mentira. Donald Trump, empresario multimillonario y mediático se inscribe en una línea de gobernantes que no vienen de “la política”. Su estilo bruto y agresivo y, por ende, más sincero, llamó más la atención y ganó más adeptos que la “tibia” de Clinton. En los ámbitos de la esfera política esto puede verse como transgresor o políticamente incorrecto. Es de lo que suelen acusar los burgueses que han hecho carrera política. Pero en un mundo donde efectivamente gobierna el Capital no es de extrañar que empresarios también ocupen puestos políticos de gestión del mismo. Los gobiernos del mundo se muestran cada vez más abiertamente como lo que son: empresas con sus jefes a la cabeza.

Macri, Piñera o Trump son considerados exitosos por esta sociedad, entonces no es de extrañar que se los vote. Al fin y al cabo, es la ideología dominante la que dicta estos mandatos, la que hace pensar que la vida es una empresa que debería ser gestionada con éxito. Entonces, para ello, se escogen empresarios exitosos. Los obedientes desprecian a sus semejantes explotados, oprimidos y humillados en favor de un líder que les promete un poquito más de este miserable modo de vida. Están aterrados ante la perspectiva de compartir, de relacionarse y vivir de otras maneras posibles.

El mensaje políticamente incorrecto de Trump atrajo a millones de habitantes de suelo estadounidense porque se presenta provocador, desafiante y desobediente. Una forma de aparente rechazo de la política para salvar a la política. Lo que demuestra la expansión de estas propuestas es además la alarmante aceptación en nuestra clase del conformismo, la misoginia, el racismo y la xenofobia para poder complacer la avaricia y el egoísmo que mueven la máquina capitalista: cada uno para sí mismo y todos para el Capital.

«Todos unidos trumpearemos»

En lo que se supone que se debería opinar según la identificación escogida, como decíamos antes, los obedientes kirchneristas quedaron desorientados. Se supone que deberían rechazar a Trump por ser de derecha, que debería colgársele el cartel de “fascista” que tan fácil sabe obsequiar la izquierda. Cristina Fernández de Kirchner afirmó: «El pueblo de Estados Unidos buscó a alguien que rompa con el establishment económico» al referirse a la victoria del gran magnate. Scioli, que casi nos gobierna, sostuvo que Trump «logró interpretar a las clases populares». Guillermo Moreno, en referencia al estilo publicitario del republicano, sostuvo que «Donald Trump incorporó parte del lenguaje peronista, ahora le vamos a mandar los libros de Perón y Eva», y como buen tragahostias agregó: «ahora tiene que incorporar el bien común, la solidaridad, ser buena gente. En el proceso lo va a ir incorporando, y en esto es muy importante el rol de Su Santidad» y que «los peronistas vamos a hacer el esfuerzo para explicarle a Trump que tiene que ir a Roma».

No son más que frases, pero veamos lo importante: las políticas. El Senador nacional por la Provincia de Río Negro y Jefe del bloque del Frente Para la Victoria Miguel Ángel Pichetto, declaró hace semanas que «Tenemos que dejar de ser tontos. El problema es que siempre funcionamos como ajuste social de Bolivia y ajuste delictivo de Perú», luego de preguntarse «¿Cuánta miseria puede aguantar Argentina recibiendo inmigrantes pobres?». Eso es preparar el terreno para promesas del tipo Trump, promesas que lamentablemente ansían millones de argentinos que pueden ser tildados “de derecha” como de “progresistas”.

«En los Estados Unidos ganó alguien que hace del proteccionismo, sus trabajadores y la defensa del mercado, su bandera» decía la expresidenta. Y lo que venimos diciendo hace tiempo queda patente: las caretas de izquierda y de derecha se van cayendo, y queda la cara descubierta del Capital. Al socialismo nacional (o nacionalsocialismo), al proteccionismo, al patrioterismo y al libre comercio les interesa tenernos trabajando, votando y obedeciendo para que todo siga en beneficio de los que mandan.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

PRESENTACIÓN DEL LIBRO UN FUTURO SIN PORVENIR. POR QUÉ NO HAY QUE SALVAR LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA

Publicado por Lazo Ediciones, con la colaboración y prólogo de la agrupación La Unidad, el día miércoles 30 de noviembre se realizó una presentación conjunta en la Facultad de Ciencias Exactas, Ingenería y Agrimensura de la UNR del libro Un futuro sin porvenir. Por qué no hay que salvar la investigación científica del grupo francés Oblomoff.

El libro consiste en una recopilación de varios de los textos reflexivos y de agitación que el grupo Oblomoff ha venido realizando desde el 2004. A lo largo éstos nos encontramos con una profunda crítica de la Ciencia y el sistema científico-tecnológico, que busca enfrentar grandes mitos arraigados a través de la historia que, como en el caso de su supuesta neutralidad, nos alejan de preguntarnos el porqué de la necesidad de la investigación científica, de sus fines y sus medios, o del tipo de mundo que contribuye a forjar y perpetuar.
Con sus escritos e intervenciones buscan poner en cuestión las nociones de investigación pública y «ciencia pura», así como el concepto mismo de Progreso, sugiriendo que la ciencia moderna ha sometido la curiosidad humana por la comprensión del universo a las necesidades del desarrollo capitalista, reduciendo así la realidad a simples mecanismos y números.

Mientras la ciencia ha sido indispensable para el desarrollo capitalista sobre la vida humana y la naturaleza, se la sigue situando como posible herramienta de transformación. Por este motivo, y frente al brutal empeoramiento de nuestras condiciones de vida, estas reflexiones se vuelven cada vez más imprescindibles en el seno de nuestras luchas.

Como dicen los compañeros de La Unidad en su prólogo: «No podemos seguir pensando cómo sería posible mejorar la maquinaria capitalista. Tampoco es posible ralentizarla, es necesario detenerla abruptamente. Los pozos petrolíferos en los pantanos del Delta del río Niger, los trenes de alta velocidad entre Turín y Lyon, los parques eólicos en el Istmo de Tehuantepec, las minas a cielo abierto en Andalgalá, las autopistas en el TIPNIS boliviano, son solo algunos de los proyectos que han suscitado duras resistencias entre los habitantes de esas regiones. De la mano de todas estas expresiones van proliferando también iniciativas como la del Grupo Oblomoff y otros compañeros a lo largo del mundo, que aportan con acciones y escritos a reflexionar sobre la profunda necesidad de poner un freno. Esperamos poder contribuir a ese esfuerzo con esta edición.»

LA MEMORIA COMO PRÁCTICA SUBVERSIVA

[Este texto fue difundido inicialmente en el I Congreso de investigadorxs sobre anarquismo. 26, 27 y 28 de octubre de 2016, Buenos Aires]

El movimiento anarquista que en Argentina cristaliza su mayor actividad entre 1890–1930, y, de manera minoritaria en las décadas posteriores, es un instante de nuestra propia clase en lucha contra la explotación capitalista.

Las y los militantes del movimiento social anarquista, sus organizaciones, las editoriales con sus programas de folletos, libros y periódicos, ocupan un espacio preponderante en la lucha revolucionaria. Experiencias que debemos continuar, regenerando constantemente nosotros este proyecto, enlazándonos con innumerables esfuerzos que atraviesan el tiempo y las fronteras.

La actividad desplegada por los revolucionarios, responde a las necesidades y posibilidades de cada momento, según las capacidades y experiencias acumuladas. Hay que recordarlas y comprenderlas en su contexto, pero siempre buscando aprendizajes para la lucha actual. La seguidilla de datos, lo curioso, los nombres de los periódicos, el hallazgo de algún folleto, la figura del panadero que bromea poniéndole nombres a las facturas, organizadores y anti–organizadores, protestistas y antorchistas, foristas y faquistas… no se puede dejar la cosa en la crónica. Necesitamos ir de la cantidad a la calidad, de las historias al pensamiento histórico. Ejercer la memoria desde y para la práctica subversiva.

Quienes buscan historizar situaciones, grupos, personas desde lo particular, como si estas hubieran estado inmóviles en parcelas, dejan de lado aquello que hay de universal en la actividad revolucionaria de la humanidad. Hacen un trabajo en vano, destinado al olvido como el de tantos otros roedores que vivieron del pasado a fuerza de carcomer madera y papel de archivo.

En mayo de 2014, escribíamos unas pequeñas líneas en nuestro boletín, comentando acerca de un nefasto homenaje estatal a la compañera Virgina Bolten

«Quienes abogan por la libertad de culto (sean religiosos o no), quienes dirigen a la sociedad desde sus asquerosas bancas, quienes defienden la institución familiar, no pueden estar de acuerdo con el viejo y pertinente lema «Ni dios, ni amo, ni marido». Sin embargo, este 1° de mayo inauguraron una placa conmemorativa a Virginia Bolten, aquella revolucionaria que editaba junto a otras compañeras el periódico comunista anárquico La voz de la mujer, y a quien pretenden presentar simplemente como una feminista y sindicalista que «nos invita a reflexionar sobre las desigualdades». ¡Qué infamia! ¡Qué asco!

Años atrás el consejo puso en el saladillo una placa conmemorativa para homenajear a Joaquín Penina, en ella se lamentaron de que el joven anarquista catalán “fue fusilado sin derecho a juicio” (sic).

Este nuevo “homenaje” es la mentalidad democrática en acción igualarlo todo a nada, vaciar de contenido toda expresión revolucionaria, reescribir la historia, generalizar la ignorancia.

Algunas buenas conciencias podrán decir que un homenaje es mejor a nada y que, de todos modos, nos recuerda la historia de Virginia Bolten… Y claro que nos la recuerda ¿pero de qué manera ¿Qué historia o incluso, ¿qué sentido tiene la historia de los revolucionarios para quien no quiere revolucionar la historia? Tiene el sentido de la democracia, que se presenta como un logro por el cual, dicen, lucharon hasta los mismos anarquistas sin saberlo. Los mediocres buscan así presentar su lucha por cambiarlo todo como una simpática ignorancia extremista que luego evolucionó hacia las vías reformistas y progresivas de la democracia. Así nos quieren convencer de que quienes luchaban contra el Estado lo hacían para mejorarlo o de que quienes combatían contra la explotación buscaban simplemente leyes y un “mejor reparto” del botín capitalista. (…)

La historia de lucha por la emancipación humana no ha terminado, se traza con palabras y hechos, en tiempo pasado, presente y futuro, agresiva y tímidamente; y no guardará espacio para ninguna placa homenaje a los “homenajeadores” verdugos del pueblo.» (Des-memoria: Homenaje estatal a Virginia Bolten, La Oveja Negra nro.16)

La vigencia de la lucha por el comunismo y la anarquía no está en lo viejo de ciertas ideas. Es la necesidad de una sociedad sin Estado, sin clases sociales y sin capitalismo lo que aun nos mueve como oprimidos. Frente a nosotros no tenemos algo histórico, ajeno y exterior, en lo que podemos buscar la imparcialidad, sostener una práctica académica por completo irreflexiva, establecer una narración detallada pero carente de contenido, sin vinculación con las necesidades de los explotados de ayer y hoy.

Mas que solidarizar con los vencidos o como búsqueda de una verdad en una batalla cultural con el presente, debemos buscar mas allá. Como sustrato que convoca a los vencidos de todos las épocas justamente, a interrumpir el tiempo del desarrollo capitalista con la fuerza de la revolución social.